sábado, 25 de mayo de 2013
25/05/13
Tomó el revólver,
se tatuó,
buscó a la victima
y asestó la bala.
Caminó tranquilo.
Se confundió
con la gente.
Para despistar
encendió un cigarro
y lo disfrutó
como disfrutan
los hijos de la muerte
la danza de sangre
salpicándoles la cara.
Nunca se imaginó
que su última victima
formaría un batallón
que lo perseguiría
sin darle sombra
hasta que sus huesos
se desintegraran
con la explosión
inmensa
de la nueva patria
y los nuevos hijos...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario